Las Raíces Del Amor

Y el quejido del amor le sobrevino con tal fuerza que un sentimiento tan absurdo como aquel llegó para instalarse y reinar en su alma. Pero la espera se hizo tan larga que sus piernas enraizaron con la tierra húmeda y oscura que se abría bajo sus pies, aprisionando a un corazón que se negaba al derrotismo. Como tallos enrevesados ascendían por su cuerpo los delirios de un cariño no correspondido, mientras el veneno de la incertidumbre se le inoculaba con la suavidad con la que la abeja desprendía el polen de la flor cada primavera. Y ni el viento ni la lluvia fueron capaces de desarmar aquel nudo de infortunios que la desdicha le había presentado en los tiempos en los que hablar de entrega y pasión era sólo un juego de premoniciones y futuros lejanos e inciertos. La confusión le golpeaba duro cada noche acabando con la sensación de paz y esperanza con la que cada mañana se enfrentaba al nuevo día. Y allí, enraizado al suelo en mitad de la mísera nada, su cuerpo permaneció durante años hasta tal punto, que los niños del lugar jugaban a hacerle rabiar para ver si salía corriendo tras ellos, ajenos al impedimento próximo al vudú que le obstaculizaba para poder dar un paso y terminar con la mofa. La misma inmovilidad que le invadió el día en que por primera vez sintió sus manos acariciándole, le atormentaba ahora agravada por el peso de la desazón de saberse tan distante en su memoria. Y con la llegada de la hojarasca una tarde violeta acariciando un crepúsculo otoñal, una carta escrita sobre un papel viejo y arrugado lanzado al aire desde un punto lo suficientemente lejano como para que en el camino se hubiese impregnado del aroma del tiempo, le llegó a la cara empujada por la fuerza del aire y, como quien se desprende de una máscara, la apartó para leerla. Sólo entonces volvió a sonreír y con un leve chasquido las raíces retorcidas de sus piernas se desprendieron devolviéndole la libertad para echar a correr en busca de un amor que se marchó con la misma improvisación con la que tiempo atrás había llegado...

Y es que Sucede Que Hoy me identifiqué con Florentino Ariza...

4 comentarios :

Anónimo | 22:08

Estoy aterrizando de este bonito viaje donde has hecho que vuelen recuerdos y sensaciones.

De diez.

Pero ¿por qué la noche ha e romper esa sensación de paz y de esperanza con la que se enfrenta al nuevo día?

Ha de ser al contrario: la noche debe ser el culmen de esa paz, de esa esperanza, de ese amor.

Pero aún así, un 10 para nuestro Cervantes particular o público. Te mandé un e-mail con mi dirección.

Pablo Martín Lozano | 22:36

Hola YoMismo, satisfecho con haberte hecho viajar hasta esos recuerdos y sensaciones.
Gracias por la nota.
La noche rompe esa paz y esperanza porque todo el día es demasiado para desesperarse. Las horas son lentas y van haciendo mella.

Saludos.

Encarni | 23:27

Buenas noches Pablo. Me encanta tu post, como siempre, lo que no me gusta es que andes subido en esa nube gris. Lo ideal es que al llegar la noche estés cansado por haber tenido un dia duro pero con la misma esperanza que cuando te despertaste.

Las plantas necesitan cambiar de maceta para seguir creciendo cuando en la que están ya no pueden expandir más sus raíces...

Mil besos desde el sur.

Pablo Martín Lozano | 23:41

Hola Encarni, me alegro de que te haya gustado. Y la nube no es tan gris, sólo que a veces tiene la suficiente consistencia para ocultar el sol.
Ya sabes, la esperanza es lo último que se pierde.
Bonito y cierto lo de la maceta.

Besos y gracias!