A Través Del Espejo

Evadido del mundo, encerrado en un amasijo de hierro y cristal, absorto, ajeno a la realidad de afuera, perdido, medio adormecido con las manos en el volante y el sol cansado de la tarde agonizando en el horizonte. La música me ayudaba en mi intento de fuga de lo que acontecía al otro lado del cristal y el aire acondicionado hacía lo propio respecto a los más de treinta grados que arrasaban con su aplomado caminar, calles, parques y casas. Entretanto, la ciudad parece dormida o devastada por un mutismo generalizado del que no he sido consciente -tal vez sí afectado- y son pocas las almas que deambulan por las aceras y calzadas. Son los efectos de la ola de calor, del verano, de las vacaciones y las ausencias prolongadas, e incluso del pavor usual a los vientos áridos procedentes del mismísimo Sáhara. Frente a mí comienza una de las secuencias cromáticas más comunes y repetidas de cualquier ciudad. Primero verde, luego ámbar y seguidamente rojo. El semáforo hace que me detenga detrás del único coche que he visto circulando en los últimos minutos. Mientras la música y el aire frío que golpea mi cara en el interior del habitáculo continúan a la suya, mis ojos se dispersan contemplando los alrededores sin prestar demasiada atención, hasta que, sin ni siquiera andar buscándolo, se fijan en el espejo retrovisor izquierdo del coche que me precede en la espera del semáforo. En él, el reflejo de una bella mujer ocupa la totalidad de su forma. Gafas de sol grandes, apoyadas sobre una nariz de escultura helenística y unos labios tiernos y húmedos, que por momentos intuyo de un sabor dulce y fresco. Juraría que ella también mira, pero sus gafas me impiden acertar en la dirección que sigue su mirada. Su brazo derecho, apoyado por el codo en el asiento de al lado, le vale a su vez de sujección para su cabeza, que descansa ligeramente inclinada sobre el puño cerrado. Con la mano izquierda, juega y modela su larga melena ondulada incitando al pecado al improvisado voyeur que le observa atento y disimulado desde su coche justo atrás. El semáforo sigue en rojo y, pese a la prisa, pagaría millones porque un fallo eléctrico bloqueara la secuencia de aquel regulador y el verde nunca llegara a aparecer. No es que durante rato había sido mi único contacto con la humanidad, es que a decir verdad, había sido mi único contacto con lo celestial en todo lo que llevo de vida. Aquella manzana en forma de mujer tenía el don de atraer miradas y pensamientos. Mi mente echaba a volar imaginando que ella era consciente de mi atención y seguimiento y, tal vez por ello, lucía así de bien. Pero pronto caí en que lo suyo era talento y belleza natural, involuntaria, desprevenida. Y como dicen que los verdaderos placeres son aquellos que tal como se producen se esfuman al instante -por aquello de disfrutar al máximo el momento a sabiendas de su volatilidad-, el semáforo no quiso esperar más y cambio a verde. La mujer del espejo volvió a poner su cuello recto, bajó el brazo que tenía apoyado, introdujo la primera marcha y justo antes de salir, se quitó las gafas de sol, miró directamente por el espejo interior a mis ojos y me lanzó un beso con la mano. Después, simplemente marchó.

Y es que Sucede Que Hoy descubrí la belleza en un espejo...

2 comentarios :

Anónimo | 00:10

¿Cuánto dura un semáforo en rojo?... ¿máximo dos minutos???... Nunca imaginamos que dos minutos podían dar para tanto, nuestra imaginación vuela a la velocidad de la luz.

Cuando ves que el tiempo pasa y se cuela entre tus dedos sin poder retenerlo es inevitable que el corazón se acelere como si con ello fuera a conseguir que la razón encontrara alguna solución para detenerlo.

Pero bueno, a veces sabemos que ciertas historias tienen un fin próximo y que lo único que podemos hacer, una vez que comprobamos que no podemos retenerlo, es disfrutarlo al máximo.

Una vez más compruebo lo importante que son las miradas en tu vida... me alegro de que coincidamos en eso.

Un besote.

Pablo Martín Lozano | 00:26

Hola Encarni. Dos minutos pueden ser una eternidad, o si no que se lo digan al novio que espera ansioso la llegada del tren en el que viaja la novia después de un tiempo separados. Y este es sólo un ejemplo.

Aciertas, tu intuición sigue ayudándote; las miradas son algo esencial en mi vida. Las valoro muchísimo, incluso más que las palabras, pero es que cuando se mira es el alma la que habla y ésta, sí que no miente nunca.

Un beso y gracias.