Amor Interestelar

Anteanoche, perdido entre montañas alejadas de la ciudad y su luz, allí donde sólo el reflejo de la luna alumbraba el camino, descubrí que el amor no es sólo cosa de humanos. Sobre mí se abría un vasto manto de estrellas que, pese a estar a millones de kilómetros, se antojaban tan próximas, que por momentos creía estar jugando con ellas entre mis manos. Los luceros se unían y desunían a placer, con la misma facilidad con la que un niño juega a deslizar las piezas por su pizarra imantada. Todo era silencio, oscuridad y magia. Se esperaba una revelación, un estallido metafísico, trascendental, en el ambiente y, bajo mis pies, sentía el latido profundo y primitivo de la tierra conectando con la energía del cosmos. Reinaba la armonía en aquel rincón apartado de la civilización y, conforme avanzaba la noche, sentía cómo mi cuerpo se sincronizaba con la quietud y el sosiego que desprendía cada uno de los astros. Y fue precisamente en uno de esos momentos de tranquilidad, cuando descubrí que el amor no era cosa sólo de humanos. Después de algunos minutos mirando absorto la grandiosidad de la noche, una estrella fugaz apareció de la nada atravesando de parte a parte todo el espacio que abarcaba mi vista. Fue la respuesta que llevaba esperando desde el momento de mi llegada. Pero después de aquella, como si al pasar se hubiese olvidado de cerrar la puerta, comenzó un espectáculo luminoso de estelas blancas deslizándose a gran velocidad. Y allí, rodeado de rastros de polvo blanco, entendí que las estrellas fugaces no eran sino cuerpos ardientes de deseo y pasión que, hartos de permanecer estáticos noche tras noche observando la belleza de los otros a su alrededor, se lanzaban al abismo de manera casi suicida en busca de la colisión contra la amada o, en el peor de los casos, acercar su posición respecto a ésta. Si al primer intento no funcionaba, le quedaba la eternidad de la noche para probar de nuevo. Y, como por todos es sabido que las estrellas adolecen de timidez, -de ahí que sea cada vez más complicado verlas- tratan de llevar a cabo sus maniobras de aproximación de manera ágil y acelerada, esperando incluso el momento en el que ni las compañeras ni la madre luna aprecien nada. Claro que se olvidan de que, por mucho que lo intenten, siempre habrá ojos terrenales que disfruten de la noche contemplando el fabuloso juego de amor y arrimo entre luceros.

Y es que Sucede Que Hoy me embrujó la noche con sus estrellas...

2 comentarios :

Anónimo | 00:24

Pocas cosas hay tan lindas como un cielo lleno de estrellas, ni mejor lugar para verlas que lejos de la civilización, rodeado de oscuridad. Yo lo disfruté hace un par de dias en mitad del campo, sin duda alguna no tiene precio.

El amor es como las estrellas fugaces... aparece cuando menos lo esperas...

Besos niño perdido.

Pablo Martín Lozano | 23:02

Me aferro a tu sentencia y espero esa lluvia de estrellas fugaces de cada verano. Estoy seguro que de alguna de ellas podré retener algo. En cualquier caso, siempre me quedarán agostos para seguir mirando al cielo.

Besos y enhorabuena por tu sesión estelar.