Sueño Entre Bambalinas

Después de dos horas de trayecto en el último tren de la noche que debía alejarme del hastío y el desasosiego insaciable de su recuerdo persecutorio, llegué hasta las ruinas de lo que un día fue un pueblo en auge, con sus plazas y sus fuentes, con sus calles y sus gentes. Era noche de luna llena y cielo raso, y el chirriante canto de grillos ocultos detrás de cualquiera de aquellas paredes reducidas a escombro, completaba la banda sonora iniciada por los sonidos aciagos de la noche. Hasta el lejano rumor del río se confundía con la voz agria y grave de un ser atroz. En el centro de la plaza principal, o lo que quedaba de ella, se levantaba el teatro, ahora medio derruido, que en su día había llenado de ilusión y espectáculo la insulsa vida de sus habitantes. Frente a mis ojos sin embargo, como en todo lo demás, no podía ver más que una vieja estructura de madera, hierro y una suerte de cemento rudimentario, que si algo denotaba era el estado ruinoso en el que había quedado aquella villa después del paso de la Guerra. Triste y cruel, como el propio carácter de la batalla. No quedaba más que el recuerdo de lo que un día fue, el esquema desdibujado de una vida desmantelada por el paso del tiempo y la mano larga y desalmada del hombre. Ningún escenario podía parecerme mejor para pasar allí la noche que aquel viejo teatro abandonado. Abandonado como mi corazón, perdido en los límites certeros de la duda y el desamor, apartado del mundo, olvidado en un rincón. Un viento frío salía por el hueco de la puerta entreabierta -ese mismo viento frío que me heló el alma cuando ella desapareció- y en el interior el silencio pintaba los muros y esquinas de soledad y misterio. Aquella era sin duda la tragedia más funesta que se había escrito jamás; una platea vacía y un escenario mudo, iluminado únicamente por la luz de la luna que se colaba por el boquete que se abría en el techo desde que una de las bombas hiciera diana años atrás. Sin actores, sin público, sin vida. Me acerqué hasta la primera fila de butacas de terciopelo desgastado y gris, que encontré después de despejar la zona de restos de vigas, piedras, ladrillos, decorados, polvo, figuras de escayola que debían ornamentar los trabajados capiteles de las columnas ahora echadas por tierra, e incluso restos de vestuario y atrezo que no debieron gustar a los saqueadores. Me senté, contemplando la siniestra escena del tablado inerte iluminado por aquella luz cenital eternamente blanca y esperé a la aparición de los actores. Sabía que nadie se presentaría aquella noche frente a mis ojos y sin embargo tenía un extraño presentimiento que me decía que la visita no era casual. Esperé, paciente, sosegado, examinando cada rincón del que sin duda fue el teatro más prominente de la región, hasta que el sueño me venció. Fue entonces cuando, todavía sin salir del estado inconsciente, creí abrir los ojos y ver frente a mí un lujoso telón rojo que se levantaba entre los aplausos y el griterío entregado del público que abarrotaba de principio a fin, patio, palcos y pasillos. Un hombre vestido con frac y sombrero de copa apareció en escena y, después de dar la bienvenida, anunció la obra que se iba a representar. El telón bajó de nuevo mientras los actores se colocaban para dar inicio al espectáculo. Yo estaba confundido y al mismo tiempo extrañamente feliz por encontrarme allí. De pronto, el telón se recogió de nuevo y la inquietud se apoderó de mí al ver que el actor que apareció arriba del escenario era yo mismo interpretando el papel de mi propia vida. Mi yo del patio de butacas miraba alrededor para cerciorarse de que se encontraba realmente allá abajo, rodeado de más gente y que lo que estaba viendo no era más que el fruto de su fantasía, pero aquel que mantenía la atención del gentío con sus actos sobre el tablado era también yo. Un álter ego que, para mi sorpresa, en un momento se dirigió directamente a mí y con un suave susurro me dijo:
"Ahora cierra los ojos amigo, lo que viene todavía no lo has vivido y descubrirlo puede hacer que ya jamás se cumpla".
Después de aquellas palabras, un gran estruendo retumbó en mi cabeza y desperté de golpe. Frente a mí continuaba el mismo escenario solitario y apagado que me había encontrado al llegar. El teatro estaba completamente vacío y los únicos aplausos que quedaban eran los ecos que guardarían para siempre aquellas paredes ruinosas. Todo había sido un sueño y el ruido que me había sacado de él, no fue más que uno de los innumerables portazos provocados por la corriente. Miré mi reloj y comprobé que habían pasado cuatro horas desde mi llegada, me levanté para marcharme con la lección aprendida, pero justo antes de darme la vuelta para abandonar aquel tenebroso lugar, observé que en la gruesa capa de polvo que cubría el escenario, se dibujaban unas huellas formando un camino desde el mismo centro hasta el borde justo enfrente de la butaca que yo había ocupado. Exactamente el mismo recorrido que el que había realizado mi álter ego en el sueño.

Y es que Sucede Que Hoy vine para aprender otra lección...

2 comentarios :

Anónimo | 19:42

Tantas lecciones que aprender, tantas palizas que recibir...no quieras nunca saber tu futuro porque entonces no tendrá sentido vivir esta vida...aunque yo aveces querría que se adelantara cuando me siento sola....Tristeza, soledad,oscuridad y sobre todo derrumbamiento vería yo en esa escena...mi álter ego se desplomaría de debilidad, de tristeza, de soledad....no los muros de contención del lugar...pero él también me diría..."ahora cierra los ojos, hazte fuerte y vive tu vida momento a momento...xq de nada sirve que quieras un futuro feliz si no haces feliz tu presente", cierro los ojos y cuando derepente los vuelvo a abrir...no veo esas huellas sino la sombra de mi ángel de la guarda reflejada por la luz de la luna llena.......y es que sucede que hoy....tuvo que venir a devolverme la dosis de fortaleza que me arrebató.........OE

Pablo Martín Lozano | 20:56

Hola "anónima". Poco puedo decirte, porque tú sola has presentado el conflicto y al mismo tiempo la solución.
La felicidad se logra a cada instante y se forja de momentos insignificantes que cobran sentido con el paso de los años y la distancia temporal. Para darnos cuenta de las cosas, necesitamos cierta perspectiva y eso nos lo aporta el tiempo.
Pero te digo otra cosa, lo mismo ocurre con el sufrimiento. También desde la distancia se digiere mejor.

Así que sigue pidiéndole apoyo al ángel que nombras y vive pisando fuerte en tu día a día, con la cabeza bien alta, tratando de ser y hacer feliz a los demás. Sólo entonces el futuro que te espera será como deseas.

Un beso. Oe