Conversando Con...

Volvía a casa después de una breve pero intensa noche de sonrisas y amistad conduciendo solo por una carretera desierta que facilitaba su trazo a mi paso como agradecimiento por pisar su asfalto tras horas de soledad. No recuerdo qué canción de qué cantante sonaba de fondo porque mi atención no estaba puesta en las notas que emanaban de los altavoces, sino más bien en una suerte de repaso de la noche y sus momentos, uno a uno, sellándolos en la memoria. Pero de pronto la música paró y, pese a que no estaba siendo objeto de mi interés, el silencio brusco alteró mi percepción y me alertó de la diferencia. Apreté una y mil veces todos los botones posibles en busca de una solución. Golpeé inútilmente la zona de alrededor en el salpicadero en uno de esos arrebatos de inocencia e ingenuidad que azotan de vez en cuando al ser humano y se piensa que unos golpecitos solucionan el problema. Pero no, al menos esta vez no ocurrió. El silencio llenó el habitáculo y ni siquiera el ruido del motor era perceptible. Tal vez fuera que yo mismo había perdido la audición, pero sin embargo algo me alejó de ese pensamiento. De pronto comencé a escuchar una voz suave, pausada y grave, que parecía provenir del mismísimo cielo negro que divisaba por la ventana. Una voz apenas audible que cada vez resonaba más clara. Me asusté, lo reconozco, pero por otro lado me sentí aliviado al saber que no eran mis oídos los que no funcionaban, sino una especie de fenómeno paranormal que paralizó cualquier entrada de sonido al interior del vehículo. Un poquito más cerca, un poquito más cerca. Comenzaba a desentrañar el significado de algunas palabras. Y otro poco más, hasta que la voz sonó clara y cercana. Miré a mi lado por comprobar si realmente viajaba solo y miré por el retrovisor en busca de algo o alguien dueño de aquella voz. Nada. Nada más que soledad y restos de presencias dejadas atrás minutos antes. Por un momento traté de justificar aquello con el hecho de que al haber estado ocupado hacía apenas instantes, el eco de las últimas palabras del último ocupante resonaban como recién encontrada la salida después de varios minutos perdidas en el silencio. No fue suficiente con eso; ni siquiera fue creíble. Así que revisé milímetro a milímetro el interior del coche sin observar ninguna anomalía hasta que, por fin, la voz dijo alto y claro: "Justo delante de tí, sobre el salpicadero y bajo la luna estoy". Justo delante de mí...bien. Sobre el salpicadero y bajo de la luna...¡ah! La luna de cristal. Pues entonces está claro; aquella voz provenía de una miniatura de chimpancé de caucho que me regalaron una vez -ahora mismo no recuerdo si incluso fue autorregalo- y que parecía haber cobrado vida. Una vez pasado el miedo y en un intento de normalizar una situación tan anómala, conversé con la figura hasta el momento en el que me dejó petrificado: cuando aquella figurita de goma se dirigió a mí mirándome a los ojos diciéndome que prefería viajar acompañado con una persona en el asiento de al lado -a poder ser fémina y de buen ver, según sus palabras- porque así él disfrutaba del viaje mucho más que cuando lo hacía solo. Fue sorprendente conducir mientras conversaba con un chimpancé diminuto que hasta aquel momento intuía sin vida propia. No supe qué contestar y, de pronto, aprovechando un despiste mío mientras observaba atento el cruce de un gato por la carretera, noté la presencia de alguien a mi derecha como por arte de magia. Giré la cabeza bruscamente ante la extraña sensación y, como si se tratase de un cuento de fantasía o ciencia ficción, el asiento de copiloto estaba ocupado y por más que lo intentara variar, al parecer el lugar de destino de la noche ya estaba establecido. Solté el volante, me relajé mientras trataba de asimilar lo vivido en los últimos instantes y la fuerza del deseo se encargó de conducir el coche hasta el lugar indicado. Con un guiño en el ojo y una sonrisa de lo más pícara, el pequeño chimpancé de goma recobró su forma original y volvió a su estado de quietud y hieratismo que hasta entonces le había caracterizado.

Y es que Sucede Que Hoy mantuve una conversación extraña...